Una.

Una es la Iglesia porque uno solo es su fundador: Jesucristo. Bien lo enseña el Apóstol: «Un solo cuerpo y un mismo espíritu, pues ustedes han sido llamados a una misma vocación y una misma esperanza. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todos, que actúa por todos y está en todos» (Ef 4, 4-7).

El hecho de que la Iglesia conserve su unidad a pesar de la diversidad de sus miembros es reflejo de la Trinidad de Dios, que permanece siendo un único Dios en tres divinas personas. Más aún, el mismo Espíritu, tal como enseña la Escritura, es quien garantiza la unidad de la Iglesia, que profesa una fe en una única doctrina del Señor y así la manifiesta al mundo. Ser uno solo, como la primitiva comunidad cristiana que tenía «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32), es el mayor testimonio que se puede ofrecer al mundo para invitarlo a la fe (Jn 17, 21).

De este modo, creer en un solo Señor y recibir el bautismo se convierten en signos visibles de la unidad: estos nos incorporan a la Iglesia y, por extensión, nos unen a todos aquellos que, siendo bautizados, no están plenamente unidos a la Iglesia católica y a sus legítimos pastores. La unidad es un don de Dios y, al mismo tiempo, un compromiso de cada creyente. Es una vocación: ser todos uno, tal como nuestro Señor y el Padre son uno.

Desde los primeros siglos, la Iglesia profesa que «fuera de la Iglesia no hay salvación», expresando así que, aunque por el mundo y la historia estén dispersos elementos de salvación y de verdad, solo en la única Iglesia se encuentra la plenitud de la salvación. Aceptar lo contrario implicaría negar a Cristo como único Camino de salvación, fragmentar este único camino o quebrantar la unidad misma de la fe.

Creer que la Iglesia es una es un llamado a abandonar todo deseo egoísta de salvación individual y, además, una invitación a trabajar arduamente por conservar la unidad de la fe e invitar a otros a construirla. La unidad de la gran familia de Dios, extendida por todo el mundo, es signo de que en el cielo todos tenemos un solo Padre, un solo Señor y un mismo Espíritu.

Un juglar de Dios.

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