En la Iglesia existe un precioso tesoro, obsequiado por la Virgen María, que nos permite acercarnos más al Misterio de Jesús. Este tesoro no surgió en un momento concreto, sino que se fue gestando a lo largo de muchos siglos. Fue como una piedra preciosa que, una vez descubierta, se fue puliendo y purificando hasta alcanzar el esplendor del que hoy goza en toda la Iglesia de Dios. Y si este tesoro proviene de María, no puede ser otra cosa que un tesoro de oración.
Todo comenzó en el siglo X, cuando los monjes que rezaban los salmos en común enfrentaron una dificultad: algunos sabían leer y cantar los salmos, pero otros eran analfabetos y no podían hacerlo. Para seguir el ritmo de la oración, estos últimos comenzaron a recitar el Padrenuestro. Así, mientras los monjes letrados rezaban los 150 salmos, los iletrados recitaban 150 Padrenuestros.
Con el tiempo, surgió de manera natural la costumbre de alternar los Padrenuestros con la "salutación angélica" que encontramos en Lucas 1,28: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Pasaron siglos hasta que esta oración tomó la forma del "Ave María" tal como la conocemos hoy. Los religiosos, especialmente franciscanos y dominicos, junto con muchos sacerdotes y obispos, difundieron esta devoción entre el pueblo de Dios, que la acogió con alegría y la hizo suya. Su sencillez permitía que cualquier persona pudiera rezarla, tanto de manera individual como en comunidad, y pronto se le atribuyeron gracias especiales y milagros.
Finalmente, el papa Pío V, fraile dominico, atribuyó a la intercesión de María y al rezo del Rosario la gloriosa victoria militar de Lepanto 1571. En gratitud, instituyó una fiesta en su honor y estableció la manera de rezarlo, meditando, junto con las salutaciones, los misterios de gozo, dolor y gloria de la vida de Jesús. Esta forma de oración nos inspira a unirnos a María, quien, al contemplar la vida de su Hijo, «guardaba todos estos acontecimientos y los meditaba en su corazón» (Lc 2,19).
Un juglar de Dios.
Todo comenzó en el siglo X, cuando los monjes que rezaban los salmos en común enfrentaron una dificultad: algunos sabían leer y cantar los salmos, pero otros eran analfabetos y no podían hacerlo. Para seguir el ritmo de la oración, estos últimos comenzaron a recitar el Padrenuestro. Así, mientras los monjes letrados rezaban los 150 salmos, los iletrados recitaban 150 Padrenuestros.
Con el tiempo, surgió de manera natural la costumbre de alternar los Padrenuestros con la "salutación angélica" que encontramos en Lucas 1,28: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Pasaron siglos hasta que esta oración tomó la forma del "Ave María" tal como la conocemos hoy. Los religiosos, especialmente franciscanos y dominicos, junto con muchos sacerdotes y obispos, difundieron esta devoción entre el pueblo de Dios, que la acogió con alegría y la hizo suya. Su sencillez permitía que cualquier persona pudiera rezarla, tanto de manera individual como en comunidad, y pronto se le atribuyeron gracias especiales y milagros.
Finalmente, el papa Pío V, fraile dominico, atribuyó a la intercesión de María y al rezo del Rosario la gloriosa victoria militar de Lepanto 1571. En gratitud, instituyó una fiesta en su honor y estableció la manera de rezarlo, meditando, junto con las salutaciones, los misterios de gozo, dolor y gloria de la vida de Jesús. Esta forma de oración nos inspira a unirnos a María, quien, al contemplar la vida de su Hijo, «guardaba todos estos acontecimientos y los meditaba en su corazón» (Lc 2,19).
Un juglar de Dios.
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Que el Señor te conceda su paz.