Una de las formas más bellas de llamar a quienes se unen a Cristo por el bautismo, es decir, a los miembros de la Iglesia, es la de «fieles de Cristo» o «fieles cristianos». De hecho, las palabras «fiel» y «fidelidad» significan «aquel que guarda la fe con constancia». Así, los fieles cristianos son quienes se entregan plenamente a Cristo por la fe, incorporándose a Él y constituyendo en Él el nuevo pueblo de Dios: «Hemos sido bautizados en el único Espíritu para que formáramos un solo cuerpo» (1 Co 12,13).
Si todos son miembros de Cristo, también son hijos de Dios Padre, tal como Él es verdaderamente Hijo de Dios. Y si los fieles cristianos permanecen unidos a Cristo, significa que también se unen a su misión: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará» (Mc 16,15-16a). Cada uno de los fieles de Cristo, al igual que los distintos miembros de un mismo cuerpo, cumple esta misión desde el lugar que le es propio. Es por ello que, en la Iglesia, algunos desempeñan un ministerio sagrado, otros anuncian el Evangelio en el mundo, y otros se consagran de manera especial a Dios. Los primeros son llamados ministros ordenados, los segundos, laicos, y los terceros (entre los cuales hay tanto ministros ordenados como laicos) son llamados consagrados. Sin embargo, aunque vivan estados de vida distintos, todos son por igual «fieles cristianos», bautizados y herederos de las promesas del Reino como hijos de Dios.
Aunque en el lenguaje común suele pensarse que los «fieles» son únicamente los laicos, lo cierto es que son fieles todos los bautizados: ministros ordenados, laicos y consagrados, cada uno con su propia vocación. Así pues, «Si es santo el que los llamó, también ustedes han de ser santos en toda su conducta, según dice la Escritura: Serán santos, porque yo soy santo» (1 Pe 1,15-16).
Un juglar de Dios.
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