La comunión de los santos.

La comunión de los santos hace referencia a la unión común de los fieles en las cosas santas, así como al vínculo de unidad entre las personas santas, es decir, aquellos que, estando en la Iglesia, están unidos a Cristo a través del misterio de su muerte y resurrección. Este aspecto es crucial, ya que, según las enseñanzas del mismo Maestro, Dios «no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (Lc 20, 38). Es decir, entre los fieles cristianos existe una comunión que trasciende la muerte, conectándonos con aquellos que «nos han precedido en el signo de la fe y ya duermen el sueño de la paz». Los cristianos que peregrinamos en este mundo estamos unidos por esta misma fe a los fieles difuntos, ya sea a aquellos que se purifican después de la muerte, o a los que, habiendo sido purificados, gozan ya de la vida eterna y ruegan a Dios por nosotros. Tanto ellos como nosotros somos «santos», no por nuestros méritos, sino por la santidad del Dios al cual nos unimos a través de la fe y el bautismo.

Creer en la comunión de los santos tiene profundas implicaciones para nuestra vida cotidiana, ya que nos invita a vernos a nosotros mismos como «extranjeros y forasteros» (1 Pe 2, 11), pues «sabemos que si nuestra casa terrena, o más bien nuestra tienda de campaña, se desmantela, Dios nos tiene reservado un edificio no hecho por manos humanas, una casa eterna en los cielos» (2 Co 5, 1). Nuestra relación con Dios se basa en la fe en Cristo, quien, muerto y resucitado, nos ha prometido que resucitaremos con Él. «Si hemos muerto con Cristo, debemos creer que también viviremos con Él. Así, hay una muerte, que es morir al pecado una vez y para siempre. Y hay un vivir, que es vivir para Dios» (Rm 6, 8.10).

Un juglar de Dios.

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