«Ofrecer el mundo a Dios»

Todos los fieles de Cristo, tanto la jerarquía como los laicos, participan de su misión sacerdotal, profética y real. Ya lo dijo el Apóstol: «Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno, en su lugar, es parte de él. En primer lugar están los que Dios hizo apóstoles en la Iglesia; en segundo lugar, los profetas; en tercer lugar, los maestros; después vienen los milagros, luego el don de curaciones, la asistencia material, la administración en la Iglesia y los diversos dones de lenguas» (1 Co 12, 27-28).

Así como los ministros ordenados, constituidos en la jerarquía de la Iglesia, han sido instituidos para pastorear al Pueblo de Dios, los fieles laicos han sido enviados al mundo para iluminarlo con la luz de Cristo, ya que «Nadie enciende una lámpara para esconderla o taparla con un cajón, sino que la pone en un candelero para que los que entren vean la claridad» (Lc 11, 33).

Tanto la jerarquía como los laicos participan de la misión sacerdotal de Cristo, especialmente en la celebración de la Eucaristía. En ella se ofrece un verdadero sacrificio espiritual, pues nos unimos a la ofrenda perfecta de Jesús al Padre. De esta fuente inagotable brota un manantial de santificación, no solo para quienes la celebran, sino también para aquellos que, en su búsqueda de Dios, entran en contacto con los cristianos. Más aún, el mundo mismo se convierte en ofrenda a Dios y en espacio para el anuncio de la Buena Nueva.

Es en este mundo donde los fieles participan de la misión profética de Cristo, ya que a él dirigen el mensaje de salvación universal, porque Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2, 4). Finalmente, la misión regia de Cristo se realiza en la medida en que, por la gracia de Dios y la entrega generosa de los fieles, el Reino de los Cielos se hace presente en la tierra. Y este Reino no es otro que el imperio del amor de Dios, que busca alcanzar el corazón humano.

Un juglar de Dios.

Comentarios