II.
«Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.
Y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.»
Alabamos así a tu Hijo Jesús,
verdadero sol de justicia que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y sombra de muerte.
Te alabamos, porque en aquel que es llamado «Luz de luz»
podemos encontrar el camino que conduce a ti, Padre de amor.
Reconocemos que Él es el camino, la verdad y la vida.
Él es la luz del mundo, y sobre nosotros derrama el fuego del Espíritu,
fuego de amor.
«Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.»
En la noche oscura de la vida no hay plenitud de tinieblas:
en ellas brillan las estrellas de todos aquellos hombres y mujeres
que portan las lámparas de la fe en ti.
Te damos gracias porque iluminas las tinieblas de nuestro corazón
con la antorcha de la esperanza,
y porque en nuestros compañeros de camino
también enciendes esa misma luz.
Gracias porque en la oscuridad nos guía una columna de fuego,
que es el Espíritu de tu Hijo,
que guía nuestros pasos por el camino de la paz,
y que nos permite llamarte con confianza: Padre nuestro.
Bendito, alabado y glorificado seas, Señor.
Te damos gracias y te servimos con humildad.
Amén.
«Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.
Y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.»
Alabamos así a tu Hijo Jesús,
verdadero sol de justicia que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y sombra de muerte.
Te alabamos, porque en aquel que es llamado «Luz de luz»
podemos encontrar el camino que conduce a ti, Padre de amor.
Reconocemos que Él es el camino, la verdad y la vida.
Él es la luz del mundo, y sobre nosotros derrama el fuego del Espíritu,
fuego de amor.
«Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.»
En la noche oscura de la vida no hay plenitud de tinieblas:
en ellas brillan las estrellas de todos aquellos hombres y mujeres
que portan las lámparas de la fe en ti.
Te damos gracias porque iluminas las tinieblas de nuestro corazón
con la antorcha de la esperanza,
y porque en nuestros compañeros de camino
también enciendes esa misma luz.
Gracias porque en la oscuridad nos guía una columna de fuego,
que es el Espíritu de tu Hijo,
que guía nuestros pasos por el camino de la paz,
y que nos permite llamarte con confianza: Padre nuestro.
Bendito, alabado y glorificado seas, Señor.
Te damos gracias y te servimos con humildad.
Amén.
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Que el Señor te conceda su paz.