III.
«Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire, el nublado, el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.»
Porque en el paso de los meses y las estaciones,
y aun en el transcurso de la vida misma con sus luchas y desafíos,
descubrimos que tú, Dios nuestro, permaneces.
«La cruz de Cristo se mantiene firme,
mientras el mundo da vueltas».
Eres Señor del tiempo y la eternidad;
en tus manos están contados
nuestros pocos o muchos años.
Como aire puro, como un soplo de vida,
es nuestra existencia en este mundo.
El aliento de vida, tu Santo Espíritu,
se pasea por nuestra tierra y revolotea con serenidad.
Tu Espíritu nos renueva, nos impulsa a empezar de nuevo.
Envía, Señor, una brisa de paz,
una lluvia de gracia,
un rocío de esperanza.
Danos la confianza en que vendrán tiempos mejores,
y que en las horas de sequedad no nos faltará
el dulce consuelo de tu amor.
Bendito, alabado y glorificado seas, Señor.
Te damos gracias y te servimos con humildad.
Amén.
«Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire, el nublado, el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.»
Porque en el paso de los meses y las estaciones,
y aun en el transcurso de la vida misma con sus luchas y desafíos,
descubrimos que tú, Dios nuestro, permaneces.
«La cruz de Cristo se mantiene firme,
mientras el mundo da vueltas».
Eres Señor del tiempo y la eternidad;
en tus manos están contados
nuestros pocos o muchos años.
Como aire puro, como un soplo de vida,
es nuestra existencia en este mundo.
El aliento de vida, tu Santo Espíritu,
se pasea por nuestra tierra y revolotea con serenidad.
Tu Espíritu nos renueva, nos impulsa a empezar de nuevo.
Envía, Señor, una brisa de paz,
una lluvia de gracia,
un rocío de esperanza.
Danos la confianza en que vendrán tiempos mejores,
y que en las horas de sequedad no nos faltará
el dulce consuelo de tu amor.
Bendito, alabado y glorificado seas, Señor.
Te damos gracias y te servimos con humildad.
Amén.
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Que el Señor te conceda su paz.